viernes, 24 de julio de 2015

Terror gourmet (IV): 'Litan' (1982)


Litan (1982) -acompañada habitualmente por el subtítulo ‘La ciudad de los espectros verdes’- empieza como una pesadilla de la protagonista y no abandona dicha sensación hasta su última escena. Durante los primeros dos minutos de metraje, presenciamos de primera mano un sueño de Nora en el que se dan cita una banda de música con máscaras plateadas, un equilibrista subido a una moto y cayendo desde varios metros de altura, una pareja de bailarines disfrazados de ancianos, una especie de jaula con pinchos en su parte exterior, varios féretros navegando por el río, su novio Jock asestando golpes y cayendo ensangrentado al suelo…; imágenes dantescas que, en su inmensa mayoría, irán haciéndose realidad a lo largo de la película, confirmando la teoría de la protagonista acerca de su naturaleza premonitoria. Pero como decíamos, aunque la historia tenga una estructura más o menos clásica, todo el film está recorrido por un aura onírica que desconcierta continuamente al espectador: Nora acude a visitar a su novio para explicarle su sueño, ambos se ven envueltos en la hospitalización de un chico que ha aparecido ahogado en las cuevas y terminan huyendo del pueblo perseguidos por las fuerzas de la ley debido a un malentendido e intentando escapar de la locura colectiva que se ha ido adueñando de Litan; sin embargo, todo este desarrollo de los acontecimientos se ve acompañado por detalles propios de un sueño: los protagonistas pierden continuamente a sus acompañantes, un extraño mensaje sobre una ‘cita en el cementerio’ se repite en todos los teléfonos, los habitantes del pueblo parecen observar impávidos la surrealista escalada de sucesos, se producen situaciones extrañas en los lugares más inesperados, la banda toca continuamente la melodía que sonaba en la pesadilla de Nora, los personajes recorren distancias imposibles, etc.

Rodada con la colaboración de los habitantes de la villa gala de Annonay y ganadora del Clavel Medalla de Plata al mejor guión en la 15ª edición del Festival de Cine Fantástico de Cataluña (Sitges) o del Premio de la Crítica en el Festival de Avoriaz, Litan (1982) está dirigida por Jean-Pierre Mocky, un realizador francés conocido por la anárquica mezcla de géneros -comedia, drama, thriller- que caracteriza casi todos los títulos de su abultada filmografía, así como por participar también en casi todos ellos como editor, actor y/o escritor; sin embargo, en ninguna otra de sus películas se ha acercado tanto como en Litan (1982) al cine fantástico, siendo muy relevante en este sentido el hecho de que la cinta tenga entre sus guionistas a Suzy y Scott Baker, este último un escritor estadounidense afincado durante varias décadas en París y especializado en los géneros de ciencia-ficción, terror y fantasía, además de poseedor de un título universitario en Ficción Especulativa... Durante el visionado del film, es casi imposible no pensar en otras cintas de corte similar como El hombre de mimbre (1973) -esos habitantes cuyos actos parecen ser el reflejo de algo mucho más siniestro- o sobre todo en Amenaza en la sombra (1973) -las premoniciones, el omnipresente color rojo, la atmósfera nebulosa, la dinámica de la pareja protagonista-, pero en última instancia Litan (1982) se erige como un largometraje profundamente original y con unas señas de identidad propias, respaldadas por una espléndida labor fotográfica a cargo de Edmond Richard -El proceso (1962), Ese oscuro objeto del deseo (1977)-, una labor de edición que distribuye sabiamente el uso de la cámara lenta y una ecléctica banda sonora en la que se dan cita piezas orquestales, operísticas o incluso cercanas al rock progresivo tan habitual en los largometrajes del italiano Dario Argento.

Litan (1982)

Como sucede en muchas ocasiones dentro de los márgenes del cine fantástico, calificar al film de Jean-Pierre Mocky como una ‘película de terror’ puede parecer una decisión algo arriesgada, sobre todo de cara a aquellos espectadores que en base a dicha etiqueta esperen encontrar en ella asesinatos -que los hay-, monstruos, sustos y/o demás momentos pavorosos generalmente asociados al género. Pero no es menos cierto que, a lo largo de sus ochenta minutos de metraje, Litan (1982) consigue algo bastante difícil: trasladar al mundo del séptimo arte los mecanismos de nuestras peores pesadillas, aquellas en las que no estamos tan aterrorizados como desorientados o desamparados; y además ofrece un sinfín de momentos a un tiempo sugerentes y enfermizos: un conductor de autobuses sube a su vehículo casi en trance y comete un atropello; un grupo de niños persigue a otro disfrazado de monstruo; una mano ensangrentada o manchada de frutos rojos asoma por encima de una roca; en el hospital, un hombre parece estar dando de comer trozos de carne humana a unos perros enjaulados; un grupo de pacientes del ala de Psiquiatría parece campar a sus anchas por el pueblo; las cruces del cementerio quedan desparramadas tras una fuerte explosión; tres personas disfrazadas con máscaras de cerdo asaltan a un carnicero sin que nadie haga nada por evitarlo… Adornada por conversaciones sobre el sentido de la vida y explicaciones a fenómenos psicológicos tan cautivadores como el déjà vu -uno de los mejores momentos del film-, Litan (1982) acaba dejando al espectador con muchas más preguntas que respuestas y se inscribe con letras mayúsculas entre las más grandes muestras del llamado cine onírico.  

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