sábado, 6 de junio de 2015

Siempre nos quedará el videoclub
















Me encanta, qué digo, amo ir al cine: llegar con tiempo, comprar las entradas, elegir la butaca -siempre en la fila 12-, sentarme en la oscuridad, ver los tráilers y dejarme llevar por la historia. Pero es al videoclub de mi barrio al que le debo la inmensa mayoría de películas que veo a lo largo del año: el exageradísimo volumen de los altavoces, la atroz política de refrigeración y la malsana costumbre que tienen muchos espectadores de consultar el whatsapp en mitad de la proyección son ya motivos suficientes como para querer salir corriendo de los multicines, pero es sobre todo la posibilidad de tener acceso a la versión original la que me lleva a renovar siempre el bono de mi videoclub.

Es así como voy recuperando los títulos que en su momento no vi en el cine. Interstellar (2014), sin ir más lejos: por diversos motivos, no tuve la oportunidad de disfrutarla en pantalla grande, y creo que hubiera sido lo más conveniente, ya que aunque siempre es un placer escuchar la ininteligible y texana voz de McConaughey, la propuesta no me convenció, y quizás en el cine el espectáculo audiovisual habría merecido la pena. En el caso de Birdman (2014), está claro que hice bien en esperar: el ‘interminable’ plano secuencia merece todas las alabanzas recibidas, pero está claro que su mayor baza reside en la labor de todos los intérpretes –aunque ¿soy yo o Watts está muy desaprovechada?

Nightcrawler (2014)

El caso de Nightcrawler (2014) es bastante similar: feroz puesta al día de Network, un mundo implacable (1976) y con un estupendo trabajo de guión y montaje -la secuencia en la que el personaje de Rene Russo dirige la apertura del telediario es pura dinamita-, la película tiene su razón de ser en la memorable interpretación de Jake Gyllenhaal, sometido a un cambio de imagen digno del mejor Robert De Niro o de ese ‘mago de la báscula’ llamado Christian Bale, y que no solo afecta a su aspecto físico, sino también a su timbre de voz: un detalle, evidentemente, solo perceptible en la versión original.

Mi animadversión al doblaje -aunque comprendo su uso generalizado- no se limita a las películas dramáticas o supuestamente oscarizables: mis oídos sufren, por ejemplo, cada vez que acudo al cine y escucho al Bond de Daniel Craig perder su elegante acento británico. Pero si hay una voz por la que tengo especial debilidad es la de Liam Neeson: soy de los que disfrutan de lo lindo con su reciente reconversión en action hero, y desde hace un tiempo me prometí no volver a escucharle jamás en versión doblada; el mítico doblador Salvador Vidal hace un buen trabajo, pero la voz del irlandés es incomparable -es ella, y no sus casi dos metros de altura, la que le permite imponerse a los villanos…

Caminando entre las tumbas (2014)

Publicado en La Voz de Almería (5-6-2015)

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