Hace unas semanas, manteniendo una
conversación con un nuevo amigo cinéfilo, surgió uno de los temas clave en el
panorama actual de la ficción audiovisual: desde hace algunos años, parece haber
más calidad en muchas series televisivas que en los estrenos cinematográficos
de cada fin de semana. Por supuesto, el término ‘calidad’ y su significado
están sujetos –por naturaleza– al más amplio debate, y no es menos cierto que, cuando
hablamos del séptimo arte, no es lo mismo el último blockbuster hollywoodense que el cine más indie o de autor; pero, en cualquier caso, creo que no es demasiado
arriesgado afirmar que, en lo que se refiere al ‘entretenimiento de calidad’,
la pequeña pantalla está tomando la delantera a su hermana mayor, a pasos
agigantados.
Y es que, aunque me considero
cinéfilo por encima de todo –un amante de esas píldoras narrativas y
emocionales llamadas ‘películas’–, esta columna bien podría estar dedicada
enteramente a la pequeña pantalla y a contar mis últimos descubrimientos
televisivos: hace unas semanas hablaba de The
Booth at the End; la semana próxima podría hacerlo de Bloodline –tiene muchísimos puntos a destacar, pero ya solo la monumental
interpretación de Ben Meldensohn justifica su visionado–; la siguiente semana,
de Grace and Frankie –un nuevo Friends maduro e infinitamente más
complejo y satisfactorio–; y luego podría seguir con The Fall –nunca la vida cotidiana de un repugnante asesino había
sido tan interesante– o Scream –qué
‘mala’ es, tengo que admitirlo, pero qué bien me lo he pasado viendo su primera
temporada…
Bloodline (2015)
PD. La próxima semana toca hablar,
irremediablemente, de The Leftovers,
que finaliza su segunda temporada este próximo domingo 6 de diciembre: odiada y
amada a partes iguales, para quien esto escribe se ha ido convirtiendo en la
experiencia audiovisual más absorbente de los dos últimos años.
Grace and Frankie (2015)
Publicado en La Voz de Almería (4-12-15)
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