domingo, 13 de julio de 2014

John Carpenter: 1001 razones


[texto escrito hace algunos años para un antiguo blog de cine...]

A veces me pregunto qué es lo que me atrae del cine de John Carpenter; qué es lo que me hace disfrutar mucho más de sus películas que de otras cuyas características podrían resultar, en principio, merecedoras de una mayor admiración por parte de los aficionados al séptimo arte. 


Tal vez sea el aroma a serie B que desprenden muchas de sus historias; el cariño al cine de género; la afición por recrear los arquetipos del western; el gusto por las formas clásicas; la capacidad para crear personajes carismáticos; el hecho de que sus ficciones no suelan ser otra cosa que el reflejo de los eternos miedos y fantasmas de nuestra sociedad; o esos finales abiertos y, por lo tanto, aún vivos tiempo después de su visionado en la memoria del espectador cómplice, al que Carpenter logra hacer empatizar con sus protagonistas en la última pelea, el último asalto o la última huida. 


Mención aparte merece la música del propio director, que compone casi siempre las bandas sonoras de sus películas: a menudo se basan en temas principales que se van repitiendo a lo largo del metraje y consiguen dar una mayor coherencia a la historia. En el caso de Están vivos (1988), el leitmotiv musival tiene un carácter pausado pero dinámico y con sus sucesivas apariciones no hace más que ayudar a cimentar el agobiante clima que va apoderándose de la película. Como ejemplo, una de sus primeras escenas, en la que se nos muestran el carácter del protagonista -impagable el detalle del palillo- y la sensación de desasosiego que recorre casi toda la cinta, hoy en día más actual que nunca. 



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