viernes, 29 de abril de 2016

¡Al abordaje!

















Otro viernes más, debo comenzar esta columna rememorando tiempos de juventud. De pequeño, cuando alquilaba películas en VHS, de vez en cuando grababa toda su banda sonora al completo -incluyendo los diálogos- en cintas de casete: aún no tenía dinero para comprar películas en formato físico y ‘escuchaba’ una y otra vez El fugitivo (1993) en el equipo de música del salón; luego empecé a grabar en VHS cualquier película protagonizada por Harrison Ford que echasen en TV y, cuando visitaba el Rastro de Madrid, procuraba buscar las carátulas adecuadas en los puestos de rigor. Claro que, solo unos años después, llegó a casa el invento que lo cambiaría todo: Internet…

Creo que mi punto de inflexión fue Perdidos: desesperado por tener que esperar a que TVE1 se decidiera a emitir su segunda temporada, y harto del maltrato que la cadena pública dispensaba a cada capítulo -en ocasiones eliminando incluso las escenas pre-créditos-, decidí casi a regañadientes ver los capítulos con ayuda del eMule y en versión original subtitulada; no tengo repartos en afirmar que, a partir de entonces, el router se convirtió en mi particular fuente de acceso a la ficción televisiva: así fue como ví todas las temporadas de Curb Your Enthusiasm o A dos metros bajo tierra, las cuales acabé luego comprando en DVD -igual que me ha ocurrido con decenas de series y películas.

El fugitivo (1993)

Podría seguir horas hablando sobre mis peripecias cinéfagas -y, por qué no, seriéfagas-,  pero llega el momento de dar sentido al título de esta columna: ¿era inmoral y/o ilegal lo que hacía?, ¿el fin justifica los medios (y demás frases hechas)? No es el momento de contestar esas preguntas -¿quizás otro día?-; pero sí diré algo: creo que, a fecha de hoy, si alguien pretende acabar con la denominada ‘piratería’, no debería preocuparle solo Internet sino también las tiendas físicas y virtuales a las que, supuestamente, todo el mundo debería ir corriendo a comprar las últimas novedades en DVD o Blu-ray.

Me explico. De un tiempo a esta parte, están proliferando las distribuidoras ‘pirata’: empresas que cada mes lanzan al mercado infinidad de películas, pero sin haber pactado los correspondientes derechos de muchas de ellas -con lo que los creadores o verdaderos propietarios intelectuales no reciben compensación alguna-, y a veces con una calidad audiovisual cuestionable. ¿Lo más grave del asunto? Que basta con darse una vuelta por ciertos grandes almacenes o tiendas web -sí, todas esas en las que están pensando- para comprobar que esta clase de ‘piratería’ no se está llevando a cabo en los bajos fondos de un supuesto mercado negro, sino… a plena luz del día.

Curb your Enthusiasm (HBO)

Publicado en La Voz de Almería (29-04-16) 

sábado, 16 de abril de 2016

Anécdotas de cine (II)
















Padres y madres que parecen no saber a qué película acuden con sus hijos, o que justifican el mal comportamiento de estos últimos en las salas de cine; personas adictas al whatsapp que rompen la sensación de oscuridad propia de la gran pantalla, o que no están tan interesadas en la película como en mantener una conversación con alguno de sus acompañantes; etc. Fueron algunas de las situaciones tratadas en esta columna hace unas semanas, bajo el epígrafe ‘Anécdotas de cine’; entonces dejé caer la posibilidad de redactar una segunda entrega, y aquí estamos de nuevo… ¡Material tenemos de sobra!

En la reseña dedicada a Deadpool (2016) comentaba que algún día tendríamos que hablar largo y tendido sobre el asunto de las ‘primeras filas’ en las salas de cine. Personalmente, lo más cerca que he estado de la pantalla fue durante una proyección de Soy leyenda (2007): tuvimos que sentarnos en cuarta fila, y si a la ubicación le añadimos que la cinta no me gustó demasiado, y que en la misma sala había una persona con ¡un bebé!, me creerán si les digo que fue una experiencia ‘inolvidable’. Casi tanto como ver K-19: The Widowmaker (2002) en una butaca situada en el lateral de la sala y con una columna en medio, la cual obligaba a torcer el cuello para ‘disfrutar’ de la película…  

Soy leyenda (2007) 

Cambiando de tema: no hace falta comprar una entrada para una película de terror para que te den un susto en el cine. Pónganse en situación: proyección de Nadie conoce a nadie (1999) en una sala madrileña; a mitad de la película, las luces se encienden mientras un hombre con una expresión bastante seria, de pie y en la primera fila, mira a los espectadores sin decir una palabra: yo ya me temía lo peor, y no respiré tranquilo hasta que nos dijeron que había un problema con el sonido y que debían realizar unos ajustes… Algo más lúdica fue la interrupción que viví durante una sesión de cine de verano en las míticas Terrazas de Aguadulce -ahora no recuerdo en qué año o durante qué película-, debido al caos sonoro provocado por los fuegos artificiales de la Feria.

Para terminar, otra de esas situaciones incómodas entre espectadores. En la primera entrega comentaba que las ‘anécdotas’ acechan al cinéfilo tanto en un centro comercial como en un festival de cine; en este sentido, no puedo dejar de señalar aquella ocasión en que, durante la proyección de Capitán Harlock (2013) en el Festival de Sitges, tuve que pedir silencio a una pareja que llevaba media hora hablando en voz alta. La estampa fue curiosa: todos con gafas de 3-D; al fondo, la película con subtítulos en italiano, inglés y castellano; y, para colmo, la película no es que me estuviera apasionando… 

Capitán Harlock (2013)

Publicado en La Voz de Almería (15-4-16)

viernes, 8 de abril de 2016

Del VHS a Netflix

















Mis viajes en tren -por poner solo uno de tantos ejemplos- son una buena muestra del cambio tecnológico experimentado por la industria del ocio a lo largo de las últimas décadas: en mis primeros viajes entre Almería y Madrid, a bordo del desaparecido coche-litera nocturno, mi walkman y mis cintas de casete -casi todo discos de Ismael Serrano- ayudaban a hacer el trayecto algo más ameno; años después, el discman y los CDS -de power, death o black metal- cogieron el testigo; hasta que, recientemente, me pasé definitivamente al reproductor de MP3 -aunque sigo escuchando música, nunca faltan varios podcasts de uno de mis programas de radio favoritos, Ser aventureros.

Igual pasó con el cine en formato doméstico: no pasó mucho tiempo entre el día que compré Cara a cara (1997) por 1995 pesetas en la Fnac Callao de Madrid y el día que vi por primera vez una película en DVD: concretamente Windtalkers (2002), alquilada en el videoclub de mi barrio -hoy, afortunada y sorprendentemente, todavía en activo-. Después vino el paso de la ‘tele de tubo’ al televisor LCD, la guerra entre el HD-DVD y el Blu-ray, la eterna duda de si comprar las películas en este último formato o seguir apostando por el DVD y, finalmente… la irrupción de internetlicado , de las descargas directas o P2P, y de servicios de streaming como Yomvi o Netflix -un habitual de esta columna.

¿Qué futuro le espera al coleccionismo de DVD y Blu-ray?

Llegados a este punto, quien esto escribe, antaño comprador habitual de películas en soporte físico, tiene ahora frecuentes dudas al respecto: ¿me merece la pena adquirir -pongamos por caso- la estupenda Infierno blanco (2011) en formato Blu-ray, aunque sea aprovechando alguna oferta, cuando puedo verla en cualquier momento gracias a la suscripción de Netflix, con una más que aceptable calidad de imagen y sonido? Supongo que una situación parecida vivirán actualmente muchos bibliófilos y bibliófilas -tras el reciente auge del libro electrónico-, o el sector melómano -¿vinilo, CD o mp3?-; en mi caso, creo que si el dinero no supusiera un problema, optaría siempre por el soporte físico, aunque solo fuera por el valor sentimental y la costumbre adquirida con los años.

Evidentemente, todas estas reflexiones y elecciones forman parte, hasta cierto punto, de los denominados ‘problemas del primer mundo’ -es decir, aquellos asuntos sobre los que buena parte de la población mundial no tiene la suerte de poder preocuparse, dadas sus desafortunadas condiciones de vida-. Dicho lo cual, debo confesar que, si sigo comprando películas, será sobre todo por descubrir o reencontrarme con títulos de épocas pasadas, y no por los que, de un tiempo a esta parte, vienen llegando a nuestras carteleras…

¿"Netflix killed the DVD/Blu-ray star"?

Publicado en La Voz de Almería (8-4-2016) 

sábado, 2 de abril de 2016

Batman v Superman















Nunca he tenido la oportunidad de leer un cómic o novela gráfica sobre superhéroes; soy consciente de las innumerables virtudes de la última trilogía de Batman, pero nunca me ha terminado de ‘enamorar’; las películas de Marvel Studios me suelen parecer -con excepciones- productos entretenidos pero con escaso margen de revisionado; entre mis películas favoritas -esas que reviso una y otra vez- no hay ningún blockbuster, pero soy un defensor a ultranza del cine-espectáculo -en esta columna no he tenido apuros en afirmar que las últimas entregas de ‘Mad Max’ o ‘Star Wars’ me humedecieron los ojos-; y siento especial predilección por las historias ambiguas, complicadas y/o agridulces.
Batman v Superman (2016) ha recibido un severo varapalo a manos de buena parte de la crítica internacional, y aunque considero algo más arriesgado valorar su recepción por parte del público, está claro que no ha recibido un apoyo unánime. Entre los defensores de la cinta, hay quienes afirman que muchas críticas negativas proceden de personas que, o son fans de la factoría Marvel y/o de Christopher Nolan, o no valoran el cine como puro entretenimiento, o no aceptan historias de superhéroes con un enfoque serio y libre de chistes fáciles: con el párrafo anterior quería dejar claro que no me considero partícipe de ninguno de estos hipotéticos grupos de opinión.


Batman v Superman (2016)

En mi caso, simplemente, la película no me ha gustado; no me ha emocionado ni me ha fascinado. Acudí a verla bastante predispuesto, en buena compañía y en las mejores condiciones posibles: imagen 4K, sonido Dolby Atmos y versión original subtitulada. Antes de entrar a la sala me dije a mí mismo: “en el peor de los casos, disfrutaremos del espectáculo”; pero lo primero que les dije a mis compañeros de butaca tras acabar los créditos finales fue: “qué desastre”. Mentiría si dijera que no encontré elementos interesantes o con cierto potencial -casi todos relacionados con Batman-, pero ello no evita que mi sensación general sea de ‘decepción’. Los motivos… a continuación.
Un guión lleno de fallos, al que se le ven en exceso las costuras y reescrituras, y que introduce de la forma más chapucera posible el futuro universo cinematográfico de Warner/DC; un montaje incapaz de vertebrar dignamente las diferentes tramas de la película; unas escenas de acción con los mismos problemas de casi cualquier blockbuster contemporáneo -ambientación nocturna y/o lluviosa, nula implicación emocional, etc.-; unos personajes con los que me es casi imposible empatizar; etc. Ahora bien -y esto es algo que me gusta dejar claro siempre que hablo sobre el séptimo arte-: es tan solo ‘mi’ opinión.

En los cines Phenomena (Barcelona)

Publicado en La Voz de Almería (1-4-2016)